miércoles, 26 de junio de 2013

Día dos.

Si nos miramos con detenimiento nos daremos cuenta de lo poco que hemos cambiado, muy a pesar de las líneas que se trazan, en las muecas que venimos ensayando toda la vida. Si el temor o el estrés o ya ni digamos el placer nos lo permite podemos olfatear las feromonas que de sí han dado en el anonimato de nuestros desatinos. Me permito abrirme paso.
-¿Porqué no?- Me tolero enamorarme otra vez de ti.
Reanudaste el paso, y yo mas bien, caminé hacia atrás. Planté mis pies en tus huellas todavía incandescentes.
-¿A dónde llevan?-
Esta casa susurra tu nombre. Los habitantes lo callan.
-¿Te acuerdas del kiosco de chapultepec?- Dijiste que mi nariz era hermosa. Me lo dijiste acostada en mis piernas. Me recordaste mi primer amor. Aquella güera sobrina de Isabel Madow. Sólo que ésta vez era en verdad mi primer amor.  Y si después me lo dijeron otros labios no sentí lo mismo.
Continuo mis andanzas hacia atrás. Procuro encajar mis dedos con detalle sobre el surco de los tuyos.
Escucho un grillo cantando. Entonando su breve estancia en la tierra. Me recuerda a tu abuelito. Cuando se despidió de nosotros. Cuando al fin pudo ver mi rostro.
Siento que ya estoy llegando y puedo jurar que hay alguien detrás mío.
-¿Eres tú?-
Si tengo el atrevimiento voy a voltear para descubrirlo.
Si tengo la paciencia voy a esperar tu marcha reversa y observar como tu espalda no se va si no regresa.
Ambas son la muerte asegurada.
Me parece bien. Ya estoy muerto.

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