domingo, 6 de octubre de 2013

Eli bajo el árbol.

Recuerdo el miedo enorme que le guardaba a la soledad. El pánico de una que otra mujer que sale corriendo de casa y regresa más sola todavía. La incongruencia máxima de la mujer que sola llega, sola platica y sola se consuela heridas que probablemente ella se hizo. Habiendo miles de brazos eliges los que se regocijan de amor. Tienes miedo al igual que muchas que antes de ti pasaron. Cada golpe me hace concentrarme más en su naturaleza. Están locas. Están todas locas.
La mujer que llega al punto de fingir ser un cadáver en la cama. ¿Hay cosa más triste en la vida?
Si no conociera los umbrales de mis dolores quedaría deshecho cada vez que te marchas. Pero no hay nada que romper en un corazón roto. No comprendo los umbrales de mujer. Es misticismo para mi tal vez. Manejan el dolor como si fuese un deber más en la vida. Llevan el luto dentro como un sadismo personal. Usan los recuerdos para flagelarse. ¿Pero qué hago ahora? Sabiendo cada mañana que no me quieres. ¿Qué hago cuando veo nuevos rostros en tu cara cada vez qe piensas en él? Hay heridas que el tiempo no cura. Y hay enfermedades sin cura también. La tristeza no esta resuelta hasta entender la soledad a fondo. Y el desapego encarnado en la vida cotidiana. No comprendes el ciego amor hasta contemplar la manera del tiempo que tiene sobre las cosas que las hace envejecer contigo.
Y si el destino de tu alma asi como la mia es la soledad absoluta yo estoy aquí para demostrarte que no estas sola. Tal vez.
Cuando un siamés muere el otro queda cargando su cadáver.