sábado, 14 de julio de 2012

Los pasos de mi fastidio

Ante la orilla de tus manos incandescentes se traza el equador de tus desvelos
  y ahora que tus manos son barrica me sustentan el desdén de tus senos descuidados.
Con que facilidad me arrojas a la volcada imagen de tu rostro destellado en  las mareas,
 pero aquí vamos otra vez cojeando, para ver a que hora se nos rompe la muleta,
 aquí andamos masticando la contingencia de la avenida que nos arrojo iracunda y tardará obcecadas    bocanadas en tragarnos.
Si vienes hazme creer que fue un error, que encontraste en las ramas de mi casualidad tu encanto,
 que ya no es necesario olvidar atar las agujetas para tropezar y encontrarme en el suelo,
  ya obligado a soportar tus manotazos.
Ya la nieve se cansó de ser huella de tu paso entorpecido,
 ya los derredores de mi boca se ven desmejorados.
Sin reparos va la caravana de un millar que no supo ser más que procesión,
 que no permitió encontrar tus restos,
 ahí quédate entonces, ahí quédate recostada en los escombros,
 ya la tierra sabrá que hacer contigo,
ya sabré despedirme de la estación que no encontró coraje en ambos meridianos.

Amores Caporales

Y se respira una tristeza absolutoria cada vez que me lo cuento,  cuando logro quitar la traba de la puerta no hay más que el temporal cantando a centelladas, el mismo hecatombe trémulo, el mismo estruendo indeciso donde lo había dejado.
Yo intento no mojarme pero más no puedo hacer por ésta viscera obstinada que no piensa quedarse, tal vez descifré muy tarde ese susurro que encubriste con el roce de tu boca, no comprendí ese arranque en tu mirada fomentando mi estrabismo, esa invitación a redescubrir tu geografía que no es más que acumular saliva de semanas sin probar bocado, tuve entonces el atrevimiento de cruzar ese campo minado que es tu cuerpo, me embolsé los cubiertos para comerte a dentelladas, y entonces me vi quizá como el caos me concibió en un rincón de la creación, donde acaso emprendí el revoloteo, donde la raíz se invierte, para entonces regresar al embrollo de nuestras caricias, al collage de sábanas donde convergemos, donde dimos nueva descripción al mundo.