domingo, 10 de marzo de 2013

Trópicos y meridianos.

Nos quedaron nomás los recuerdos, como bien advertía su abuelo mientras miraba nuestras caras inocentes y resbaladizas de llanto.  Yo nunca la entendí, ni a ella, ni a ninguna.  Lo que si llegué a desenmarañar con minuta astucia fueron sus ojos vacuos, aquellos que reflejaban lo que los demás querían, sólo eso.  No sabes como es aquella mirada hasta que la tienes bien cerquita, en la intimidad de ambas mentiras que llamábamos vidas.  Es como ver un androide, que alguna vez tuvo conciencia, antes  que la marihuana le detonara la esquizofrenia, antes incluso que cogiera en azoteas desconocidas, antes de descolgar los viejos diplomas y reconocimientos del abuelo sabio y cansado.  Mi manera de vernos a futuro fue siempre anticipada al dolor y a nuestros rencores conjuntos.  No me sorprendió cuando se fue, cuando le vi marchar con los tacones llenos de lodo, al ritmo de un corazón desbaratado, con la espalda moteada de una lluvia inquieta.  Después de eso habité con desgana todos los brazos que me acogieron, caminé confundido las calles que hicimos calendario, me quedé con los recuerdos, con la ilusión de que ella hiciera lo mismo.