domingo, 2 de noviembre de 2014

Caléndula marchita.

Ojalá aquel horizonte de montañas que miro sean tus pechos. Y derribado aqui en las arenas de tu vientre no reciba mas promesa que el sol de tu mirada, ni mas plegaria que la luna jugando entre tu boca. Tu cuerpo que es desierto a ratos enfría mi ser delirante, hierve mis espasmos, entibia mi camino, calienta mis pasos.
Esta soledad que hoy me aqueja. Muy a mi pesar de las lecciones que trajeron consigo. Me quebranta por completo. Ya no se trata de extrañar  porque el viento entrega aquello entregado, regalado, si acaso prestado. Y el camino no se cansa de lamer las suelas como helados, los charcos como sorbetes, la ciudad a tragos. Un pasado que no deja de sucederse. No es el tiempo, es la desesperanza. Ya nada queda ahí, ni aquí ni allá. Tanto bosque por atravesar y tan poco acompañante que haga testimonio del tranco y del aullido. Mas me quejo pero sigo en la ciudad. Esta enfermedad que no tarda en revelarse como epidemia o como peste. Y si entonces la hubiera, tiempo atrás, seguro suena como un disparate de novedad. Aquello que el hombre inventa para excluirse de su integridad. 

Soy bala del cañon que me dispara.
 
Hay un estrépito que me parte las venas, ubica mi sangre apenas nada y si de regresar se trata cuando miro la semilla miro tu mirada. Fríe el cuerpo entero mío, mío y tuyo, con el pesar que te precede.
¿Es qué no reparas que me voy cada mañana que te levantas?
El calmo paso que te lleva al camellón te ha de acompañar siempre, siervo androide no interrumpe las cálidas horas. -Ahí va aquella puta, cargando la cruz que le tallamos- se escucha decir. Idílico sello que es su espalda, le adorna el sol como le adornan dos girnaldas. ¿Mujer que te trae?' No consigo entenderte en mi interioridad. Para mis afueras sonrío como si la vida me sonriese así. ¿Muñeca porqué has venido hasta acá? Las calles se convirtieron en calendario. Las 9 cuadras de la casa al metro, las mismas que ya no te miran. Buscaba un pretexto en realidad. Para acercarme, para saber de tu vida. Es que cuando uno ama siente el delirio por confirmar la existencia del ser querido. Es que acaso no me amaste con tanto fuego. Es que tal vez si contaste el tiempo. Ni una figura mas de tu sombra me aqueje luego de sentirme pleno. Pleno a medias, de tu sonrisa un vuelco. De tu memoria un tedio, a tu visión un zepelio. Ya que importa el tiempo. Si me lo digo es porque pasaron los años y la muerte no ha cobrado aquel importe. A la justicia voy recio.
Mirame aquí, donde me dejaste, en la escena del crimen, ese crimen que es tu sexo. 
 
Toma mis alas rotas que de nuevo soy oruga de éste camino al capullo. Éste regreso a la pupa.
Con tus manos cava la tumba, cava el sepulcro. Cava con el cuenco de tus manos para recoger con ellas agua después. Convierte la cripta en pozo. Transforma la lluvia en turbias nubes que se pierdan con el mar.
Salgo a las calles a cantar, a caminar, a mirarlos a los ojos. A todos. A todo par de cuencos salados. ¿Y sabes cómo regreso? Mas roto, como cascajo de ruina. Mas solo, como tapa sin tapadera. Mas loco, como solo mi locura puede compararse con el rostro de la mujer abatida por la desesperanza.
Desesperanza. Es eso lo que siento y no más. Olvido del mundo que ayer me abrazaba. Apatía de mis propios sentimientos intentando entenderse, codificando el acontecer gestual. Complicado trabalenguas que son mis brazos cuando decides irte. Articulado a veces, desarticulado casi siempre mi paso y mi trino. Eso y punto final.
Despierta camándula. Replica el vuelo interrumpido. Reaunda el verso dicho a medias. Abre los ojos que aqui te espero. 


Soñaba un reloj, a ritmo de gotera en soledad. Le escuchaba muy cerca. Interminable, apasible. Soñaba un reloj. No era de cuarzo. No era de arena. En su finisimo tic tac me palpitaba la cabeza entera. De lobulo a lobulo se paseaba. Aquel reloj eran mis sienes. Era mi sangre dando vueltas.