martes, 19 de noviembre de 2013

Cielo extraño, miro y vago.

Si me dolieras; arrancaría mis ancas, elevaría el vuelo, caería en picada, sobre el mar, sobre el desvelo sobreentendido de tus ojos. Con paso firme piso la llaga y me recuerdo cuanto te quiero. Cuantos argumentos acerca del libre albedrío se contraponen cuando de nosotros hablamos (si acaso "nosotros" llega a envolver en su totalidad lo que  realmente somos). Dichas posturas se erigen desnudas cuando algo entretejido en el destino se revela ante nuestros ojos escépticos. Algo debe estar pasando. No soy el mismo. Para mi asombro descubro una nueva droga. Una delicada ternura implícita en tu sexualidad. Una mirada felina que brama al mismo tiempo una sed sangrienta y una paz profunda. Virgen absolutoria, púber perenne, ilíacos de diosa, huesos de sal de arena. Si me lastimaras de uno u otro modo, no convendría a reanudar el paso.
Cuando encuentras una mujer fuerte es un vuelco entero a la semiótica cotidiana. Se llega a comprender que un hombre no funciona sin apoyo femenino. Esa agitación de estrógeno bailando con  sensualidad desbordada. Queda entendido dicho equilibrio de género. La inquieta y sutil danza de tus manos juntando los pedazos del que era mi corazón. Tus tiernos pechos velando mi más profundo sueño. Nuestro paso atroz por este mundo. Nuestra fuerza que sumada nos hace invencibles.
Muestro paciencia para una mujer que escucha, que entiende, que aumenta el paso, la risa y el abrazo.