martes, 25 de junio de 2013

La cesura de tu boca.

Desperté en el camposanto. Hubiera querido que fuera tu cuerpo. 
Amanecí en el lugar testigo de nuestra segunda y última vez. Conservó la humedad de tu sexo adolescente, de tus lágrimas fatuas. La eternidad esperó demasiado tu paso lento y el mío. La temperatura de la cama te involucró enseguida. Era inevitable no acordarme de ti. Sobre todo por los cuatro años que llevo pensándote: con aplomo, con la calma que tu borrasca tras de sí dejó. 
Te memorizo; de lóbulo a talón. Pudiera edificarte como a una Venus o una Tonantzin y no habría diferencia arqueológica entre ambas así pasaran mil años. Un día como hoy nació Orwell y murió Foucault y un día como hoy vivimos la cesura en nuestra historia. La pausa serena de un suceso que se cuenta a medias. 
Soy terco, molesto. Soy un temporal que arrasa una cosecha mal habida. Un sol que agosta la siega. Una ventana al pasado. Una ventana entreabierta. Una cicatriz que no convalece. Que no desiste ni busca hacerlo. Una pieza mas de tu flanco anticuario. Un costado anegado que necesita respirar. 
Vuelvo a la necrópolis. Me instalo. Me recuesto en el dolmen. Mi olfato se aloja y tu alusión fragante me desbrava, me templa, me desarticula. Me recuerda el paréntesis que estos años significan. Que debo volver porque tu no vas a hacerlo.

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