Sin pensar muy bien el mensaje, haz decidido a quien enviarlo.
La inacción de hace tantos años era más valiosa en ese instante. Convenios, contratos, privilegios y detalles concedidos pero no a mí.
Hay formas arraigadas al corazón y al espíritu. Maneras en las que se puede hacer sentir especial a otra sangre.
Si era necesario perder de nuevo para valorar, ésta vez no valió el esfuerzo.
Me hubiera quedado dónde me demostraron la fase más intensa del amor. Dónde el fuego escupe apenas se manifiesta la chispa. Me habría quedado en ese espacio que construyeron solo para mí. Dónde nadie más tuvo lugar. En aquel nido donde dimos vida a los ojos más hermosos. Y con ironía nos regalaba él la vida con su latido.
Lo más terrible me tocó a mí.
El alma marchita.
Ojalá hubiera habido voluntad en ese cuerpo, pero con desgana ni siquiera se disfruta un bostezo.
El instante que viví fué un destello: mínimo.
Pero incluso en esa fracción tan diminuta demostré mi mejor versión.
En aquella ausencia solo recordaba.
Pensamientos enlazados con la nostalgia de la piel.
¿Porque se hacen extrañar así las manos? Sobre todo cuando se sujetan cotidianos objetos que revelan el tacto auténtico, la franca sujeción de otra textura.
Solo así dos superficies ásperas se entenderían. Sin esperar la tranquilidad de la humedad.
La frente tibia a punto de perder su característica. El latido incorporado al iris que perfora todo. Los colmillos revelados, la hilera de dientes, cómplices de la palpitación intensa. El cuenco lleno de vida, dónde alguna vez hubieron flores.
La espina arqueada, danza con otra. Las mandíbulas oran un lamento. Dos almas anunciadas. El calor fundiendo los alientos.
Si la plenitud puede explicarse tiene que ser un encuentro así.
Agostan los ojos y la efigie templa la luz que le filtra. Devuelve su sombra.
La virtud de la resolución invade la tensión del aire. Provoca la existencia en su fase más indómita.