sábado, 7 de marzo de 2020

Ayer me bebí la sal de mi fantasma.

Una vez lo tuve todo hasta que el descuido de mis ambiciones me lo arrebató.
Me bebí cometas y fueron algunos sorbos en realidad porque nunca supe su destino estrellado. Ni era un poco contemplativo para observar la intempestiva ruta.
Me mastiqué una decidia qué en su práctica por resolver el alma de un bosque simuló con el aliento la humedad del aire frío.
Me rodeé de corazones rencorosos que jamás encontraron alivio en mi tristeza. Y esa misma queja que dibuja el tiempo en la sonrisa, bien la pude contener todas las veces que quise llorar un grito.
Tuve valor para disolverme en la idea del bien. La respuesta de la cicatriz al aire que difumina su recuerdo con el tiempo. Y la réplica de mi carne flexible se tumbó y acariciando los oídos con el ronquido más cansado se reprimió la imagen del que pudo haber sido pero nadie construyó.
Esa frágil danza de quién debe dividirse para sostener al hombre entero enmudeció y a medida que dejaba de resistirse al pasivo encuentro se amotinó y al hundirse en sus flancos más evidentes no volvió a tocar la firmeza del latido ni a soñar los abismos de la desgracia. Y aquel silencio fue destruyendo las palabras que las cabezas hilaban con el fin de aventar el último puñado de tierra que cubriría el olvido. 

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