A mí no me permitieron equivocarme.
Afirmó mi cuerpo una punción insidiosa.
O la negó después del concilio.
¿Que balín oculta la carabina de tu cara?
¿Con que manchas irás a desprenderme de mi casto ingenio?
Te ubicas en el delirio, donde mi cabeza busca vientre.
Y en el escombro de tu vasto afán por entorpecer la búsqueda de la tranquilidad apaga sus chasquidos el sacro reventado y solo queda la luz impregnada un instante en el ojo que mira la profundidad oscura.
Es la tierra: la que debajo del musgo desgrana mi piel, y concede ésta pasión inédita, para que vuelvas los ojos, los cierres tranquila y no te acompañe la luz que te cegó una vez.
Y aunque sea un ínfimo fragmento éste goce, quiera el alma convencerse y se vuelque en sus espejos.
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